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Algoncas | 3:17

DE LA CALLE PASA A GRANDES CADENAS


De 60 pesos surgió un emporio galletero que abasteció a más de 150 cafeterías en cuatro estados con más de 70 empleados; hoy lucha por redefinirse luego de que la influenza tumbara a esa pyme que llegó a ocupar espacios en el NEWSWEEK como un caso de esos que dicen que sólo en los Estados Unidos se pueden dar.
PABLO RENATO LOPEZ es el eje de una historia que comienza cuando el director de la escuela en donde estudiaba el aspirante a chef que debía tres colegiaturas decide suspenderlo por moroso.
Una compañera de nombre Mariana lo impulsó a invertir los últimos sesenta pesos en su bolsillo en materia prima para elaborar galletas para luego venderlas. ya que esa suma de dinero no le servían a Pablo ni para pagar el camión de regreso a su natal Querétaro.
En casa de la muchacha se elaboraron las primeras GALLETAS DEL SEMÁFORO que con toda la pena del mundo 'intentó' vender Pablo en plena calle. Pablo se lanza a intentar vender el producto que le hizo su amiga Mariana en la esquina de Homero y Ferrocarril de Cuernavaca, en Polanco.
De ahí nació un negocio que abasteció a más de 150 cafeterías en el DF, Guadalajara, Toluca, Puebla y su natal Querétaro.
Pues el joven empresario se hizo, al tiempo, de un terreno, fincó su fábrica, tuvo a 70 empleados, ayudó a la manutención de cientos de jóvenes estudiantes y desempleados y conoció a la influenza muy de cerca sin tener que padecerla.
Hoy el negocio lucha por redefinirse luego de que la influenza tumbara a esta pyme al extremo de dejarla casi en quiebra.
Este empresario cuenta con la experiencia y ese espíritu emprendedor que reconoce como existente y fuerte como en 1998. Sus dos líneas de producción automatizadas que le ofrecen capacidades de producción de hasta cinco toneladas de galletas en sus 14 presentaciones distintas.
Las primeras bolsas que vendió fueron 11 y sus estimaciones señalan que desde que inició esta historia de éxito , 1998, a la fecha habrán vendido diez millones de galletas, un millón de bolsitas.
Pero ahora el negocio no puede quedarse en las calles de las grandes ciudades. Busca la redefinición aprovechando su innegable recordación de la marca, la calidad y el celo por su sistema de producción.
Mandó hacer cajas metálicas en donde se venden ahora tantas galletas como 600 gramos pueden caber en ellas y se lanza al reto de venderlas en las tiendas en donde sus clientes habituales pueden encontrarlas sin necesidad de esperar un alto para pagarlas.
El modelo de distribución y comercialización cambia. No dejará las esquinas, pero su reto ahora es estar a la mano de un consumidor que busca unas galletas de calidad y a precio razonable.
No es fácil el tránsito de ser una pequeña empresa a procurar ser una mediana empresa dice Pablo. Pero ahí queda la historia para quien, dentro de las tiendas departamentales, quiera asumir un verdadero compromiso con una Pyme callejera de calidad.

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