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Algoncas | 7:01

El Ocio y la nueva sociedad - Columnistas -

El grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido”.

Hoy vamos hablar del ocio. Sí, el ocioso tiene otra y más importante cualidad: La sabiduría:… La actividad frenética, en la escuela, en la universidad, en la Iglesia o en el mercado, es síntoma de escaso deseo de vivir. La capacidad de estar en ocio implica una disponibilidad y un deseo universal, y un fuerte sentido de identidad personal.
La obsesión de rellenar todos los espacios de nuestras jornadas tiene muchas fases: Internet, los blog, el zapping de la TV, etc. Los “tiempos muertos” se transforman en un cansancio insoportable que lleva a la depresión; todo lo contrario del ocio clásico, sinónimo de plenitud total.
No somos más capaces de ociar. En el buen sentido, en el sentido latino del término, la vida solitaria y contemplativa, la lentitud, recordaba un proverbio: “Los ociosos contemplan las ventanas del buen Dios”
Abstenerse de toda ocupación útil (el trabajo, la plegaria) era sinónimo de vagancia: ora y trabaja, era la regla benedictina que debió tener presente Dante cuando, en el infierno, condenó a los ociosos.
Diría más bien, el ocio es lo opuesto de los negocios, es el tiempo de dedicar a la meditación, al estudio, a la cura de la mente y del espíritu, aquello amado de Cicerón, de Séneca: El ocio y la tranquilidad de las almas. ………………
Todo debe ser funcional para cualquier cosa. Piensa tú en los niños y en los adolecentes: el tiempo libre viene ocupado, por lo menos, de actividad organizadas de los padres-manager. Así, a la fatiga necesaria (aquella de la escuela) se agrega la fatiga del tiempo liberado, curso de inglés, curso de música, lecciones de gimnasia y de danza, etc. Creo que los jóvenes tienen la obligación de elegir cómo ocupar las propias horas libres, con tal de que regresen a un esquema institucional y a una sociedad regulada y por esto, tranquilizantes (para la familia). ¿Cuántos padres vuelcan en los hijos las propias ansias de prestación y el propio miedo del vacío?
El aburrimiento (inactividad), para ciertos padres, es evitado como el diablo, porque nuestra sociedad nos enseña a ser activos y eficaces 24 horas sobre 24. ¿Y el juego?, el juego espontáneo como rotura de aquella rutina, divertimiento puro, viene sacrificado.
En el pasado los cerrojos entre el trabajo físico y “tiempo perdido” eran más definidos, hoy el crecimiento del trabajo inmaterial, en sus diversas formas, pasa casi inadvertido el aislamiento en el ocio hasta imponernos un tiempo aparentemente sin límites. Se necesita ver, en fin, si este alejamiento es realmente reposo o coacción disipada: en comenzar la obsesión compulsiva de ocupar los espacios intersticiales de la propia jornada navegando en internet, consultando los blog, concediéndose sincopado de la TV.
En todo caso, en la era de la velocidad, de la hiperactividad y de los resultados de exhibirse a la sociedad, también el mínimo vacio puede ser causa de inmotivados sentimientos de culpa. Sin saber que es solo el tiempo vació a conjurar contra el olvido. Dice un autor:”Hay una relación estrecha entre la lentitud y la memoria, entre velocidad y olvido” Tomemos una situación de lo más banal: Un hombre camina por la calle. En un momento busca de recordar algo, que sin embargo se diluye. Entonces, instintivamente, disminuye el paso. Quien en cambio quiere olvidar un evento penoso apenas recordado, acelera el paso inconscientemente, como para alejarse de algo que siente todavía demasiado cerca a sí, en el tiempo. En la matemática existencial, esta experiencia asume la forma de dos connotaciones elementales: “el grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido”.
El “Ocio creativo” es un obrar aparentemente en vacio, en espera de la idea, de la imaginación, del deseo, de la llamada inspiración que puede producir obras de arte. Ociar no significa no pensar. Significa no pensar según las reglas obligatorias, no tener el asilo del cronómetro, no seguir los recorridos angustiosos de la racionalidad.
Una persona vagabundea por la calle, por las librerías, por los locales y por los burdeles de la ciudad, construyendo paso a paso la propia identidad. A veces, la inactividad es mucho más productiva de la acción. La memoria, el sabor de la vida y de la muerte, emerge en el momento máximo del relax.
Pero la prisa apremiante de nuestras “vidas de carrera” ha producido en los últimos años, romances ligeros: el triunfo de la trama no es otro que el reflejo narrativo de un mundo que se rige sobre la velocidad-cosa, sobre la hiperactividad (un síndrome sobre la cual siempre más sufren nuestros hijos desde la infancia).

Por Alberto Vélez

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