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Yohana Sosa | 15:03

Un cuentito: "Clodomiro y Etelvina"

Un cuarto para las ocho… Quince minutos y escucharé el reloj ¡Díos mío para que el reloj! A nuestra edad y con esta vida a la que sólo le queda el punto final, para que necesita el ritual de levantarse cada día a las ocho en punto. No quiero que me pida su té, hoy menos que nunca. ¡No quiero! Si tan sólo cambiara el modo de pedirlo, si fuera más creativa en su forma de quejarse, si pusiera argumentos en sus palabras sería más tolerable. Pero no, Etelvina sabe como molestarme, ahora resulta que no puede valerse por sí misma; pero yo encontré la forma de molestarla a ella también. Disfruto de hacerme el mudo, aunque a veces me gustaría contestarle… Pero bueno así por lo menos sólo tengo que hacer que la escucho. Es un ahorro inmenso de energía y es salud mental que es la única que puedo intentar conservar con mis cansados ochenta y dos años. Aún así sé que mi silencio la enfada más que las mil barbaridades que pueda decirle. Sí, lo que más la irrita es la sospecha de que indefectiblemente me hago el mudo. ¡Qué placer! Las menos diez… Odio los momentos previos en que sé que empezará a parlotear, los sufro más que a ese instante mismo. Y ella es tan organizada, tan odiosamente estructurada que dice las mismas cosas a la misma hora todos los días, y yo sé que va a decirlas… ¿Por qué será que las dice? Siempre ha dicho todo lo que ha pensado y eso me cansó; nunca una delicadeza, una prudencia, una reserva que la vuelva misteriosa, no sé algo… Pensé que me decía todo lo que la aquejaba para que yo le diera una respuesta que la aliviase, creí que requería mis palabras para subsanar sus dolencias, y ella tiene todo tipo de dolencias si señor! La vida es para ella un gran dolor, todo le molesta, la irrita, la angustia, la tira un día entero a la cama… Primero la molestaba mi trabajo y eso que trabajar en el correo estaba muy bien visto y la paga era buena y la jornada corta, pero a ella no le gustaba esto, lo otro, aquello... Le desagradaba mi madre y ahí un poco de razón tenía aunque tanto alboroto porque ese día mamá trajo comida hecha para no comer la suya, fue demasiado; arruinó el domingo. También siempre renegó de mis dos nueras y su recelo hacia ellas incrementó una vez muerta mi madre hace ya unos veinte años. Creo que el odio depositado en mi difunta madre se desplazó a las pobres de Marta y María Luz o María Sol, no recuerdo bien. Por eso ha de ser que mis hijos Antonio y Juan Carlos dejaron de venir, no creo que fuera por decisión de ellos mismos sino de sus esposas; yo lo comprendo, lo que nunca entendí es porque me negaron a mis nietos: Victoria y Delfina hijos de Antonio y los de Juan, Carlitos y Sofía. Todos bastantes creciditos ya… Oh maldito despertador…

- ¡Clodomiro, Clodomiro apaga el despertador haceme el favor!... Pone la pava que quiero tomar el té temprano tengo mucho que hacer. Que cansancio tengo Dios mío, como si no hubiese dormido nada! Ay no! Encima hoy viene Marta a cortarme estos pelos, tipo once dijo que venía. ¡Qué día! Dale Clodomiro por favor desperta, sabes que si no respeto las comidas a horario empieza el dolor en el estomago que no lo paro con nada. Como a las diez tendrías que ir a comprar unas verduras y un poco de pollo ahí a lo de Don Felipe, pero elegilas vos a las verduras que el viejo sonso tiene nuestra misma edad pero se cree más vivo y me mete todo golpeado o verde o re maduro, siempre se las ingenia para sacarse algo de encima. Qué lindo día parece no? Esta espalda… parece que hubiera dormido arriba de piedras, no recuerdo un día en que no me molestaran estos huesos. Es de familia, mi abuela ya sufría de los huesos y se levantaba con mareos, a veces hasta vomitaba y se desmayaba. Cómo se quejaba! Nadie la comprendía, ni yo. Mi mamá decía que era depresiva y que su malestar venía de su cabeza; mi abuelo decía que era hipocondríaca. ¡Siempre se siente mal! ¡Ignórenla o les va a agriar la vida! Pero él no la ignoraba, no podía que se yo, tenían un amor especial. Qué lindo seria…Clodomiro el té por favor, sé que me escuchas, acordate que estás mudo no sordo viejito. Ya es tarde!...

Puff si hubiera seguido el consejo de que las hijas se parecen a las madres y ellas a las suyas no hubiera cargado toda la vida con este saco tan pesado. ¿Por qué no me separé? Creo que hubo momentos jodidos, largos momentos jodidísimos pero en los buenos tiempos (que duraban poco) me sentía tan bien y Etelvina volvía a ser la mujer de la que me enamoré: inteligente, habladora, divertida y sus ojos… ¡Cómo no amarla cuando miraba esos ojos! Todavía sus ojos siguen siendo una trampa para mí, la miro y quiero decirle tantas cosas… Sus ojos me revelan todo lo que es Etelvina, todo lo que la amé. Cuando los miro miro nuestra vida: cuando compramos la casa; la felicidad de cuando nació Antonio y la angustia que pasamos hasta que pudimos sobrellevar la diabetes de Juan Carlos; mi engaño a Etelvina que agrió cuatro años de nuestra existencia hasta que entendió que sólo fue instinto, estupidez, un desliz y la herida sanó; nuestros perros queridos, todas nuestras cosas… Pero después habla y habla y me reprocha y me hace decirle cosas de las que no quiero hablar y dice cosas que ya sé y que me duelen y no le gusta nada y se queja de todo y me pide té. Trescientos sesenta y cinco días, trescientos sesenta y cinco tés; tres de azúcar y no muy fuerte…

- Perdón Clodomiro me pongo nerviosa, vos me conoces sabes que es así, siempre lo ha sido. Mis malos modos son hijos de mi terrible ansiedad, de querer tener solucionada la cena antes de desayunar. Y los años, los años son una farsa: quitan más de lo que retribuyen. Enseñan, sí enseñan, pero sobretodo cosas que uno no pide aprender. Yo nunca voy a conocer lo que es vivir en armonía, serena, es más avecino que mi muerte va a ser una mañana en que no haya té. Es horrible Clodomiro, es horrible preocuparse tanto por un té. Es terrible extrañar así a nuestros hijos y negarme a conciliar con María Luz y Marta y es terrible que vos no me obligues. Ojalá algún día vos y yo volvamos a hablar…

- Voy a servirte tu té Etelvina y vamos a hablar…

- Gracias Clodomiro, hoy sirvo yo el desayuno; despacio, no hay prisa.

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