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Algoncas | 22:59

Fútbol, violencia y literatura

Opinión.- Viajo mucho por trabajo y hace tiempo aprendí que las mejores anécdotas están fuera de programa. Si escribiera un diario de viaje me detendría en esos momentos, los que no se enuncian en la nota de un diario, los que no se cuentan en el informe de un periodista.

La semana pasada me tocó viajar a Rosario y lo comprobé una vez más. Estaba claro lo que tenía que hacer, cuántas reuniones de trabajo me esperaban, cuántas entrevistas, charlas, etc. 

La agenda era apretada y no daba margen para el azar. Fui, hice, trabajé. Pero el azar es terco y cuando terminaba el día me invitaron a un cóctel en el Círculo, el majestuoso teatro que se conoció como “la Ópera” en algún tiempo y como “La cueva de los ladrones” en otra. El cóctel era en las catacumbas. Llegué con el escritor Antonio Santa Ana y la librera Silvina Ross. Allí estaban todos los que participaban del FILA (Festival Internacional de las Artes que se inició este año con eje temático en el gran Roberto Fontanarrosa). Nosotros éramos, técnicamente, “los colados”. Gabriela Mahy, motor del proyecto, recibía a invitados y participantes. Reconocí a Gabriela Acher, Laura Esquivel, Felipe Pigna, Sara Facio, Yuyo Noé, Adolfo Nigro. 

Los canapés y la bebida iban y venían sin solución de continuidad, y entre bandeja y bandeja Daniel Divinsky, dijo: “¿Vamos a cenar?”. La voz corrió, alguno invitó a otro; hubo quien se sumó en el camino; hubo quien se perdió en el camino, también. Empezamos a caminar por las calles de Rosario seguros de que íbamos a Davis, en los ex silos junto al río, pero después de andar unas cuadras alguien dijo: “¡Che, vamos a El Cairo!”, y cambiamos el rumbo. No se puede coincidir en Rosario en un homenaje a Fontanarrosa y no ir a El Cairo.

En la mesa de los galanes, estaban los galanes. A nosotros nos armaron una mesa larga. Me senté, estratégicamente, en el medio. En una punta quedaron Rep, Juan Sasturain y Daniel Rabinovich. En la otra el escritor colombiano Santiago Gamboa, el mexicano Juan Villoro y Daniel Divinsky. En el medio Antonio Santa Ana, Kuky Miller, el periodista y escritor colombiano Daniel Samper Pizarro y yo. Alguien me dijo después, cuando le conté de esa cena: “Me habría gustado ser mosca para escuchar de qué hablaron”. ¿De qué hablamos?, me pregunté. Algo de literatura cuando Gamboa analizó la obra de un colega que acababa de ganar un importante premio. Mucho de violencia, cuando le pregunté a Villoro por la situación de su país ya que en pocos días viajo a Saltillo, a pocos minutos de Monterrey, la zona más apremiada hoy por la violencia del narcotráfico. Y muchísimo de fútbol. 

En esta mezcla, fútbol, violencia y literatura, estuvo la gracia de la noche, y la certeza de que todos somos latinoamericanos. 

Para los postres Rabinovich le daba explicaciones a Rep y a Sasturain acerca de la última derrota de Independiente, pero poco después estaban hablando de la violencia en el Líbano. Mientras en la punta de Gamboa del escritor premiado pasaron, vaya a saber por qué mecanismo de la conversación, a Messi. Y Samper fue de Messi a las ciudades taurinas y a las corridas de toro. Varios hablaron de lo que se siente ser latinoamericano y vivir desde hace tiempo en otro lugar del mundo: Samper en Madrid, Gamboa en Italia y en la India. Hablamos de la obra de teatro de Villoro que se estrenó en Buenos Aires, de Rosario Central, de la baja de la violencia en Colombia y el aumento en México, de cómo esa noche caminamos de un lugar a otro de la ciudad sin otro temor que los zapatos que le apretaban a Kuky, de Fontanarrosa, por supuesto, y otra vez de Messi. 

Y así, como una pelota que se va pasando de un jugador a otro, la palabra fue moviéndose de la literatura, a la violencia y al fútbol una y otra vez. Hasta que Samper dijo la frase de la noche: “El Palomo Usuriaga murió de muerte natural. Más natural que morirte después de que te pegan 19 balazos, no debe haber”. Un verdadero microrelato que unió el fútbol, Independiente, la violencia y la literatura.

Porque al Palomo lo mató un narcotraficante que estaba enamorado de su mujer, un gran final para el héroe de una novela. Lástima que se tratara de la vida. Y de la muerte.

Por Claudia Piñeiro

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